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EL NEGOCIO DE ENVENENAR. 2ª parte.

Publicado en el Boletín de la Asociación Toxicológica Argentina.
(Adherida a la IUTOX). Año 22, Nº 81.   2008.  p 20 - 22

                Prof. Dr. Eduardo Scarlato, Dr. Jorge Zanardi.

 

Aunque emplear venenos como un arma para obtener algún rédito fue un método eficaz utilizado a lo largo de la historia por cualquiera que dispusiera de ellos, su contracara,  la resolución de un envenenamiento, adquirió relevancia solamente cuando estaban dadas las condiciones científicas para resolverlo. Porque la elucidación de la razón de un delito, requiere tanto ingenio como la producción del mismo: si se piensa que los procedimientos médicos y analíticos para descubrirlos son un arte, no hay porqué arrebatarle ese calificativo al envenenamiento propiamente dicho. Andrés de Laguna (nacido en Segovia en el siglo XVI, fue traductor de Galeno, médico de Carlos V y de varios papas, y recopilador y traductor a la lengua castellana del códice de Dioscórides), dijo “Si los hombres mantuvieran entre sí aquella fe y hermandad que se guarda entre las más feroces y bravas fieras, o si la naturaleza les diera el mismo conocimiento e instinto que recibieron de ella los animales brutos, con el cual sienten luego lo que más le conviene y huyen siempre lo pernicioso, Dioscórides no tuviera ocasión de añadir este de los venenos mortíferos a los libros de su autoridad. Mas como el hombre no tenga mayor enemigo que el hombre, siendo de él perseguido no solamente con armas diabólicas sino también con mil géneros de ponzoñas de las cuales no le es fácil guardarse, fue movido este autor a escribir la forma preservativa y curativa de todo género de veneno. Porque, cierto, si el mundo fuera tan inocente que no supiera, para dañar al prójimo, ayudarse de tan infernales artes, estuviera excusada nuestra fatiga, mas como sea ya tan ordinario el atosigar y, así, en nuestros días, se atosiguen más fácilmente los hombres que los ratones, acarreará a mi parecer mucho mayor provecho que daño comunicar esta ciencia a todos, por donde sabiendo que estamos prevenidos y armados contra sus maleficios y que no se pueden encubrir sus traiciones, quizás los que usan de semejantes mañas no serán tan atrevidos en asaltarnos”. Y agrega, “... solían antiguamente tener siempre consigo, así los príncipes como los plebeyos y populares, varios géneros de ponzoña para matarse en una necesidad y por esta vía, huir de otra muerte más dura”.

 

Cualquier delito refiere a una infracción legal, un crimen implica segar una vida para cometer un delito. Es un delito agravado. Aunque ninguna cualidad humana positiva puede (o al menos no debiera) asignarse a un delito o un crimen, en los textos de medicina legal el veneno es calificado como el arma de los cobardes, porque el envenenador perpetra una programación minuciosa del asesinato, lo imagina, busca el momento más adecuado para embaucar a una víctima, y, en resumen, actúa desde las sombras. No se trata de la pasión de una refriega entre delincuentes y víctimas que puede terminar eventualmente en un asesinato, (como un asalto a mano armada donde un tiroteo no es el propósito principal de esa acción sino el robo), en el envenenamiento la comisión del asesinato es el objetivo principal de ese delito.

La diferencia que marca el siglo XIX con relación a la utilización del veneno, es una democratización de su uso. Porque, como las drogas de abuso, la divulgación del conocimiento del veneno, antes patrimonio de clases sociales altas, de pronto pasó a ser también de uso popular. La Revolución Industrial significó un notable incremento del conocimiento, una revolución científica y tecnológica, pero también la generalización de todo tipo de conocimiento. Así, como antes la economía estaba en manos de unos pocos, de pronto las sustancias químicas, sintéticas o naturales, se multiplicaron y resultaron más familiares y accesibles. El conocimiento de las propiedades de las sustancias, antes en manos de brujos, boticarios y especialistas, ahora podía ser patrimonio de cualquiera interesado en utilizarlas.

En el articulo anterior se reseñó un ejemplo de los métodos directos para identificar un veneno en las vísceras de una víctima. Como no siempre se podía contar con los medios analíticos para resolver el problema, la práctica forense contó desde siempre con otras técnicas para probar que un veneno fuese la causa de una muerte, los llamados métodos indirectos. Los métodos indirectos de examen toxicológico (indirectos pues no se puede evidenciar el tóxico en sí, analíticamente, identificando la sustancia, sino por medio de lesiones compatibles con su uso) son una herramienta imprescindible en la tarea pericial y criminalística.

 

El caso La Pommerais

El caso conocido como La Pommerais, el cual fue seguido con ansiedad por la prensa francesa de la época por el renombre de los personajes involucrados en ese crimen, debe su nombre al criminal, el médico homeópata francés Deseado Edmundo Courty de La Pommerais, hasta ese momento un reconocido profesional de la medicina. La Pommerais se valió de sus conocimientos profesionales para envenenar a su amante y cobrar una abultada suma de dinero, empleando una poción de Digitalina, un extracto vegetal en solución alcohólica preparado con hojas de Digitalis purpurea.

El médico había convencido a su amante, Julia de Paw, de asegurar su vida en varias compañías de seguros en 1863 (en aquellos años no existía el “clearing” de información) y al cabo de un tiempo prudencial, él certificaría una dolencia incurable, con lo cual negociaría con las empresas un acuerdo para evitar el pago de la póliza completa a la muerte de su asegurada. Una vez acordado el modus operandi con su cómplice y también amante, la estafa estaría consumada y alcanzaba una suma total de 5.500.000 francos, una auténtica fortuna para la época.

A los pocos meses de vigencia de la póliza y de pagos regulares, Julia fingió estar enferma. El doctor Velpeen, un prestigioso médico francés, se ocupó de evaluar y diagnosticar, a pedido de una de las aseguradoras, la presunta enfermedad de la paciente. Por supuesto, no encontró ningún signo o síntoma que justificara ninguna enfermedad. Frente a este “percance”, La Pommerais la convenció de ingerir el preparado de Digitalis, asegurándole que le provocaría síntomas transitorios que no pondrían en peligro su vida pero simularían una dolencia grave para persuadir a las compañías de llegar a un acuerdo de partes. El verdadero plan de La Pommerais se terminó cumpliendo pues Julia falleció esa misma noche luego de una dolorosa agonía.

El plan de La Pommerais encajaba perfectamente en la definición de los primeros párrafos, “el veneno es el arma de los cobardes”, pues se valió de todo su arte, sus conocimientos y de la confianza de la víctima, para provocar una muerte mediante el engaño y la traición.

Frente a las sospechas, se convocaron profesionales de la talla de Claude Bernard y Ambroisie Tardieu, quienes trabajaron sobre los restos del paciente para identificar la eventual presencia de venenos. Las sospechas de los profesionales se orientaban a la digitalina, pero los procedimientos de la época no permitieron hallarla por medio de procedimientos directos. Entonces diseñaron una experiencia biológica bajo la idea de que si se administraba el extracto de vísceras de la víctima a un lote de animales (en este caso perros) y a otro lote un extracto de digital, en caso de provocar en ambos similares síntomas a los observados en la paciente, podría concluirse que la causa del deceso debía atribuirse a la droga sospechada. El ensayo dio resultados positivos, pues los perros tratados con digitalina y los que recibieron el extracto visceral experimentaron el mismo cuadro clínico de la víctima.

La confirmación indirecta de un tóxico en esta muerte permitió no solamente resolver un caso judicial sino que sentó las bases de los modelos de experimentación animal, que luego se generalizaron como una herramienta eficaz e imprescindible en la investigación científica.

La Pommerais fue preso y luego ejecutado y Bernard y Tardieu engrosaron su fama.

Pero el mayor logro del caso fue reforzar el concepto de que una verdad intuitiva es cierta sólo si se la puede demostrar mediante la experimentación, además de impulsar a la ciencia un paso más hacia delante.

  

Bibliografía

Fernández Gonzalo. Breve historia de la Toxicología. Universidad de la República. División Publicaciones y Ediciones. Montevideo. Uruguay. (1976). p. 3 – 15

http://www.portfolio.mvm.ed.ac.uk/studentwebs/session2/group12/contents.htm

Anónimo. Toxicología. Librería científica. Ed. Buenos Aires (1927). p.79

Laguna Andrés, traductor.  Pedazio Dioscórides Anazarbeo. (1555). Amberes, Bélgica.

 

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