LA NECESIDAD DE CONTAR CON ANTIDOTOS.

Publicado en el Boletín de la Asociación Toxicológica Argentina.
(Adherida a la IUTOX). Año 20, Nº 71. Abril 2006. p 13 – 16.

      

El término antídoto hace referencia a los contravenenos pues en latín anti significa contra y dotós, dado.

El hombre no solamente descubrió que ciertas sustancias podían obrar en forma perjudicial para su salud, sino que también la utilización de otras frente a un envenenamiento, podían actuar contrarrestando o antagonizando sus efectos.

Algunos de estos antídotos se encontraron en la naturaleza. Otros fueron el producto de una elaborada ingeniería, mezcla muchas veces de los conocimientos científicos de la época con las creencias mágicas o religiosas.

Podríamos clasificar a estos protoantídotos en dos categorías según su mecanismo de acción.

Por un lado se sitúan aquellos que ejercían su acción benéfica a través de la restitución de la salud sobre los que sufrían un envenenamiento, por ser antagonizados sus efectos.

Por otro lado, existían aquellos que inactivaban el veneno antes de ser ingerido, protegiendo a la persona que lo usase de futuras intoxicaciones. Estos últimos eran empleados muchas veces para la manufactura de vajilla o como talismanes, los que conferían, sean por permitir detectar un veneno o por inactivarlo, una protección a su poseedor.

De estos trabajos de investigación fue naciendo lo que hoy consideramos como el botiquín toxicológico. Comenzaremos en esta primer parte viendo las prácticas que se utilizaron en la antigüedad y que antecedieron al uso de los primeros "antídotos" utilizados junto con sus aplicaciones.

Encantamientos

El pensamiento mágico en muchas culturas como por ejemplo la egipcia, incluía el canto de frases que actuaban inactivando los venenos, especialmente el de los animales ponzoñosos.

La emisión de sonidos encadenados en secuencias tonales e intencionales, de acuerdo al poder particular de cada palabra o frase y al propósito deseado por su uso, conformaban el llamado "encantamiento".

Precisamente, las palabras "encanto" y "encantamiento" expresan el gran valor atribuido al recitado de las fórmulas mágicas: ambas proceden del latín in cantare, literalmente "estar bajo la influencia del canto de alguien", que se emplea para definir el estado de "estar encantado o hechizado".

Por lo tanto, se deduce que la acción de cantar tenía influencia sobre las capacidades psico-físicas o los sentimientos del oyente, al punto de suspenderles y de poner a éste en un estado de trance, éxtasis o de sanación. Tal era el poder de la palabra sagrada apropiadamente entonada por el operador mágico.

Filtros

Antiguamente el filtro representó un preparado que podía tener objetivos o propiedades muy distintas. Así es  que existían filtros para el amor, aunque no exentos de peligro, ya que muchos de ellos contenían como afrodisíaco el polvo de cantáridas. También hubieron filtros demoníacos de amplio uso en el medioevo.

En contraposición a los anteriores, se creía en la existencia de otros que inducían a la impotencia. En las Decretales, bajo el título especial : “De los fríos y maleficios”, Igmar (arzobispo de Reims), en su capítulo XXIII dice al respecto: “Si por sortilegio o artes maléficas, las relaciones conyugales no pueden llevarse a cabo... aquellos que se encuentran en tal alicción deben ser exhortados a una contricción sincera y al espíritu de humildad y a hacer a Dios, delante de un sacerdote, una confesión perfecta de todos sus pecados”. Estos maleficios podían obrar de una forma muy particular y pintoresca. Dice santo Tomás en el capítulo IV de sus Sentencias: “Este maleficio puede volver a un hombre impotente  respecto de una mujer, y no respecto a otra”.  Así también opinaba Ostiano: “Sucede que a veces hay hombres víctimas de maleficios, de tal manera que se vuelven impotentes por un sortilegio respecto a todas las mujeres, con excepción de una sola. Sucede también que el maleficio los vuelve impotentes respecto a su propia mujer, no respecto a todas las otras”.

Ya los griegos hacían uso de los filtros. Aristóteles habla de una joven acusada ente el Areópago de haber envenenado a su amante por medio de un brebaje que le dio para que no le fuese infiel, a cuya joven absolvieron los jueces por considerar el delito cometido por ella como un crimen involuntario. Este dato histórico es un referente interesante de rescatar como caso de homicidio culposo relacionado con un veneno.

Otro caso similar que se dio con el correr de los tiempos, fue el de Fernando V de Aragón, el católico, quien parece haber muerto por un brebaje que le dio su segunda esposa, Germana de Foix, con el fin de tener un hijo.

En todos los tiempos hubo algunos ilustres ciudadanos que previnieron a la sociedad sobre la posible nocividad de ciertas pócimas, destacando entre ellos a Ovidio (45 a C- 17 d C),  el más fecundo poeta de la época de Augusto, quien llegó a afirmar en uno de sus escritos que "es un craso error echar mano del arte de las hechiceras tesalianas, o hacer uso de un hipómano arrancado de la frente de un potro jóven. Ni las hierbas de Medea, ni los cantos mágicos de los Marsos podrían hacer nacer el amor. Si los hechizos tuviesen este poder, Medea hubiese cautivado para siempre al hijo de Esón. Ulises hubiese sido retenido por Circe. Resulta pues, inútil dar de beber a las muchachas filtros de amor. Los filtros turban la mente y solo engendran furores. ¡Aleja de ti esos culpables artificios! Sé amable y serás amado. No bastarán la belleza del rostro ni la elegancia del porte.”

Por otra parte el emperador Vespasiano introdujo una serie de leyes en relación con este asunto, estableciendo que todo aquel que proporcionase a otro individuo una pócima afrodisíaca capaz de provocarle la muerte sería multado, desterrado y en algunos casos ajusticiado. En no pocas ocasiones las matronas romanas provocaron el óbito de su amante tras administrarle por error un afrodisíaco venenoso, resaltando el doble sentido de la palabra latina venenum: veneno o filtro amoroso.

Tal como se lo ve, los filtros y los afrodisíacos son dos cosas diferentes. Los afrodisíacos actuarían por una estimulación fisiológica, en cambio los filtros de amor lo harían a través de fuerzas y propiedades ocultas, dirigiendo su poder hacia una persona en especial. Sin embargo, el peligro al que se exponían sus consumidores era el mismo: el de morir envenenado.

El equivalente americano del filtro europeo fue el Gualicho, palabra araucana que significa "alrededor de la gente". Es también el genio del mal en Chile y Bolivia. También se utiliza esta palabra en lenguaje popular para nombrar ciertos brebajes destinados a enamorar a otra persona.

Gualicho o "gualichu" era el genio del mal -el Diablo- para los indios pampas. Del mismo modo, el gaucho llamó "gualicho" al "daño" o brujería que, según sus creencias, podía hacerse a las personas, por medio de "bebedizos" (infusiones especialmente preparadas) o por otro arte de encantamiento cualquiera. El gualicho podía servir tanto para el amor como para el odio. En otros casos, el gualicho era una especie de talismán espiritual y su poseedor salía bien en todo lo que emprendiese y escapaba de todos los peligros, porque a él no podían alcanzarlo los males que alcanzaban a los demás.

Los filtros abundan en las leyendas y la literatura. Muchos enamoraron. Otros tantos curaron y antagonizaron venenos; aunque muchos también fueron la causa de severas dolencias. Citemos dos ejemplos:

El romance de Tristán e Isolda nace con un filtro de origen vegetal.

En “Sueños de una noche de verano” de Shakespeare, Oberón le da a su esposa Titania un filtro por el cual debería quedar prendada de la primera cosa que viera al despertar de su sueño, todo esto con el fin de recuperar uno de los pajes que Titania le había quitado. La planta aquí utilizada era la trinitaria o pensamiento (Viola tricolor).

Acerca de la inducción del vómito.

Como forma de evitar la absorción de un tóxico, la inducción al vómito ha sido una práctica que viene siendo utilizada con pocas variantes desde hace ya milenios.

¿Cómo hacían entonces para inducir el vómito en la antigüedad frente a una ingestión peligrosa? No muy distinto de cómo podemos hoy encarar esta práctica.

Dioscórides ya en el siglo I  en su De Materia Medica decía al respecto en una clara lección de clínica toxicológica: “Sin duda todas las enfermedades son curables o incurables, según el vigor de las causas, y las disposiciones y habilidades del cuerpo. Pero si los atosigados hubiesen perdido el habla, o estuviesen borrachos, o por no querer ser librados nos encubriesen la cualidad del veneno, en tal caso usaremos súbito de aquellas cosas que comúnmente son a cualquier tósigo útiles. Para lo cual no se hallará más general remedio que la evacuación del tósigo por los más propicios lugares antes que cobre fuerzas. De modo que, sin tardar más, conviene darles a beber aceite caliente y constreñirlos a vomitar. Más no hallándose a mano el aceite, en su lugar les daremos manteca y cocimiento de malvas, más lianza con enjundia de ganso, o algún caldo de carnes grasas con lejía de ceniza.

Estas cosas no solo evacuarán con facilidad por vómito, sino que purgarán por abajo el veneno y harán que no exulcere los miembros por donde haya de pasar”.

Fue con el transcurrir de muchas centurias cuando por fin se encontraron fármacos con poderes eméticos específicos.

La droga: la Ipeca. Otro regalo de América a Europa. Sin embargo los primeros usos de esta droga por parte del pueblo Tupí Guaraní que ya venía usando la ipeca en los territorios que hoy comprenden Paraguay, Brasil y Centroamérica, no estuvieron destinados a los “atosigados”.

El nombre ipecacuana proviene de esta voz americana que significa raíz nudosa, y es la Uragoga ipecacuanha o cepheelis ipecacuanha.

El monje portugués Miguel Tristram que vivió en el Brasil entre 1570 y 1600, parece haber sido el primero en referirse a la ipecacuana cuando descubrió la pigaya. Fue también descripta por Guillaume Le Pois (1611-1727) en su De Medicina Brasilensis en 1648.

En 1672, por mediación de Le Gras, llegó la ipecacuana a manos del farmacéutico francés Chaquenelle. Comenzó a ser recetada por Le Gras y por un médico holandés llamado Juan Helvetius, pero sin éxito, a causa de haberse usado dosis demasiado elevadas.

 En 1686 fue utilizada por un médico de la Facultad de París, el Dr. De Afforty, no como la usamos actualmente sino para tratar la disentería, como venían haciéndolo los indios brasileños desde hacía centurias, dadas sus propiedades amebicidas.

La fama del nuevo medicamento llegó a oídos del ministro Colbert y a la Corte, siendo sometido entonces a un ensayo oficial.

Helvetius obtuvo de Luis XIV en 1686 el privilegio de la venta de ipecacuana, la que pronto fue empleada con éxito en el Delfín de Francia.

Antonio Dáquin, médico del rey y el cura jesuita Francisco de Lachaise, confesor del rey, por haber empleado el medicamento y Helvetius por haberlo dado a conocer, recibieron en 1690 una recompensa de 1.000 luises de oro.

 

Este fármaco, aunque no exento de peligro (la cantante Karen Carpenter del conjunto Carpenters, quien sufría de bulimia, murió a raíz de una sobredosis como consecuencia del consumo crónico del jarabe de ipeca), desde el conocimiento de su propiedad emética central, permanece en el botiquín toxicológico como una de las herramientas terapéuticas de uso habitual hasta nuestros días.

Prof. Dr. Eduardo Scarlato.

 

 

Cáliz de San Juan Evangelista (1480 h.)
Autor: Hans Memling
Museo: National Gallery de Washington
Oleo sobre tabla 31,1 x 24,2 cm.
Estilo: Pintura Flamenca

 

Encontramos en esta obra una de las primeras naturalezas muertas de la pintura flamenca. Nos muestra el cáliz de San Juan Evangelista. En su interior, la copa nos muestra un áspid. Es una alegoría del veneno que se le ofreció a beber al evangelista en el cáliz. Sin embargo, al bendecir San Juan la copa, el veneno fue milagrosamente extraído por el conjuro. Hans Memling ha pintado el cáliz con gran sencillez, colocado en un nicho de un muro, con un extraordinario sentido del volúmen. La iluminación recuerda a las extraordinarias naturalezas muertas del barroco, que fueran realizadas uno o dos siglos después.

 

San Juan Evangelista (1602-07)
Autor: Greco (El)
Museo: Catedral de Toledo
Caract: Oleo sobre lienzo 100 x 76 cm.
Estilo: Manierismo

 

San Juan Evangelista porta en su mano derecha la copa con la serpiente alada que le caracteriza como atributo, simbolizando el veneno que digirió para demostrar la verdad de su predicación y como esta lo protegía. Viste túnica verde y manto carmesí y señala con su mano izquierda el cáliz. La enorme figura tiene ligeros ecos de Miguel Angel, destacando los acentuados pliegues de sus ropajes que dan la impresión de cubrir un cuerpo huesudo.

 

San Luis Beltrán (1640)
Autor: Francisco de Zurbarán
Museo: Museo BB.AA. Sevilla
Caract: Oleo sobre lienzo 209 x 154 cm.
Estilo: Barroco Español

 

San Luis Beltrán fue un fraile dominico que marchó a predicar a México y Colombia; allí sufrió un atentado, mediante un cáliz envenenado, del que salió indemne, según la leyenda, gracias a la protección divina. Este ejemplo de encomendarse a la protección de Dios es el que Zurbarán pinta para los monjes que habían de contemplar el lienzo. Simbólicamente, el veneno aparece como un pequeño dragón que surge de la copa, con la que el santo hace gesto de oficiar la liturgia. El paisaje de fondo contiene escenas secundarias en las que predica a los nativos.

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

Gamoneda Antonio. Libro de los venenos.1995. Siruela ediciones. España. p. 24

Minesota Poison Control System. Tox Trivia. Internet. 2005.

Inducción del vómito. www.pharmacygallery.com 2003

Pardal Ramón. Medicina aborígen americana. Editorial Renacimiento. España 1998. ISBN 84-89371-45-8. pag 47, 107, 110, 112, 333

Enciclopedia Espasa Calpe. tomo XLIII. IPECACUANA. FILTRO.

Pelta Roberto. El veneno en la historia. Espasa Hoy ed. Madrid. 1997. P. 33 – 37, 131

Ulrico Molitor. De las brujas y adivinas. J. Alvarez ed. 1968. P 44

Crow. W. Las propiedades ocultas de las plantas. El ateneo editorial. Bs. As. 1990, p. 76-78

Ovidio. Ars amandi. A.T.E. editores. España. 1989. P. 55

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